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viernes, julio 26, 2024
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EL PRETEXTO DE VIVIR

Desde que comienza a clarear el día, el silencio del patio desaparece, primero se escuchan los pasitos presurosos, luego el sonido de los granos de maíz cayendo en la tina de lamina tiznada por el fuego. Así se manifiesta la presencia de Toñita, una mujer diminuta con cabellos recién rizados y de color negro azulado, con un andar liviano y una dulzura nata, presurosa va de un lado a otro conversando sola con sus recuerdos.

En su juventud se encontró con el muchacho que ya le había preparado el destino. Se casó, procreó seis muchachitos, uno tras otro como era costumbre; aunque desde el inicio, sabía que nada iba ser fácil, menos cuando al marido le gustaba mucho la fiesta.

Un día, en una parranda, vendió todas las parcelas para luego perderse en una comunidad de cuatro calles, una plaza y un arroyuelo seco, Toñita se acostumbró a verlo en la esquina de la calle cuando iba a dejar a los niños a la escuela, cuando pasaba del molino, cuando salía tras la manada de chivas hacia el monte. El reclamo era ya inútil.

Sola como pudo y como muchas, sacó adelante a su descendencia, los pocos animales que tenia en el corral los multiplicó, aunque también antes la naturaleza era más vasta, gracias a esto, en la mesa nunca faltó un plato de nopales, un queso, un atole de masa con aguamiel, incluso en los cumpleaños de los niños había un chilorio claro de guajolote.

Cuando requería algún material o cuando había enfermedad, Toñita pronta, buscaba clientes que le compraran una chiva, un marrano, una gallina, leña de mezquite y hasta servilletas que ella bordaba cuando andaba pastoreando los animales; claro lo tenía, Dios proveerá y ella también se ayudaba, pronto dos de sus muchachos emigraron a los Estados Unidos y los otros cuatro estudiarían en la ciudad.

La casa de Toñita es amplia como la elocuencia de sus palabras, al centro un patio inmenso rodeada de habitaciones diferentes: la cocina, la salita, el baño, los dormitorios, la bodega, el cuarto de su lavadora; toda pintada en color blanco y con sus marcos de puertas y ventanas en azul rey; a un costado tiene un techado especial para recibir a las visitas con su mesita y sillas de fierro forjado, en otro espacio, tiene sus macetas resguardadas bajo una malla, donde están solo en invierno, porque en primavera las dispersa según les acomode el gusto.

Toñita sabe lo que tiene, porque de su toda casa que guarda con recelo, su parte favorita esta justo en la esquina izquierda de su patio, es una especie de fuente construida con piedritas de pedernal, que elaboró a para ser el pesebre del nacimiento del niño Jesús y que traviesa riega con agua para que las piedras destellen con los rayos del sol.

Tal vez, alguna vez se detuvo a comparar su vida, a quejarse de lo que no fue, pero nadie se dio cuenta, además las horas eran insuficientes y ella era imprescindible, incluso ahora que la angustia ya voló.

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