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martes, abril 16, 2024
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SER FIEL

Ser fiel a tu pareja significa tomar todos los días la decisión de elegirla, cada día como si fuera la primera vez que la decides. Las cosas en esos menesteres no son, ni como por convención social se nos ha enseñado a pensar, ni tampoco como nuestras más grandes inseguridades o caprichos quisieran que fuera; en el terreno de la realidad, los cariños más sinceros y duraderos, se hacen de pequeñas pero constantes decisiones, dando todos los días nuevos motivos para cultivar lo que se ha tenido, y no simplemente para permanecer, –como es que hacen muchos–, porque estar en pareja, no tiene porqué significar que se queda uno porque sí, porque hace toda una vida que se lo decidió, cual si se estuviera preso.

Porque aún si permaneces contra tu propia voluntad, ya porque piensas en todo, –hijos, familia, o el que van decir –, menos en ti, –quedarse, quesque para no lastimar–, es un hecho que poco o nada abona, estar al lado de alguien, si se tiene la mente en cualquier otro lugar o persona, que lo mismo puede ser un pasado que no fue, que el futuro de un anhelo que alguna vez se quisiera que fuera, aunque no se sepa cómo es que se podría llegar a el. Por eso digo que ser fiel, es decidir y elegir cada día a la misma persona que ya alguna vez elegiste, pero cada día por motivos diferentes, y lo digo así, porque todos vamos madurando y/o creciendo, y nunca somos ni de lejos los que alguna vez fuimos, ni lo somos en experiencias, ni mucho menos en aprendizajes, ni en modos de encarar la vida.

Ser fiel a tu pareja debe necesariamente ser, para que verdaderamente funcione, una extensión de la fidelidad que te tienes a ti mismo, y no una lucha en contra de ti mismo; decidirse todos los días, por otra vez la misma persona, por genuino convencimiento, y saber que si un día no te decides más por mí, que me lo digas, no para ver qué es lo que yo tengo que hacer y/o cambiar para que decidas otra cosa que más me convenga, porque eso significaría la más grande falta de respeto que se pueda concebir: la de exigirse mutuamente, que se deje de ser uno mismo, y peor, sin pretender que ello vaya tener un costo personal terrible, como puede ser el sentir que se está muerto en vida.

Yo sabré entender y aceptar mucho mejor, que ya no te decides por mí, en la medida que seas total y llanamente sincera, porque aún si llego a extrañarte, que seguramente lo haré –como hago con todo lo que pierdo por mucho que me importe–, podré sentirme contento y hasta tranquilo de saber, que quien permanece a mi lado, lo hace porque verdaderamente quiere, y no porque carga tras de sí la losa de exigencias para las que nadie está o debiera estar obligado a cumplir.

¿Entonces a qué carajos le apuestas? –me dijo alguna vez una amiga hablando de este tema; y le dije: A cultivar cada día nuevas razones para que la persona que me importa me vuelva a elegir, porque no sólo se elige por entre una persona u otra, es un hecho que muchas veces se decide también, entre cosas más llanas como oportunidades de trabajo, movilidad social y/o afinidades y gustos con cada nueva relación social que vamos estableciendo. Pero si entre todo lo que va surgiendo día con día, no dejamos de cultivar razones que abonen al vínculo que con nuestra pareja tenemos, difícilmente sabremos verdaderamente de qué está hecho el cariño que decimos que nos tenemos. Yo quiero un amor que sea realización permanente, no una oda a promesas pasadas.

Quizá este no sea ni de lejos el tipo de amor que socialmente se nos enseñó a idealizar o anhelar, pero si seguramente será un cariño con muchas más y mejores posibilidades de sobrevivir y permanecer vivo, que el que nace y/o depende de atavismos sociales que lo sostengan, incluso a costa de sus hacedores. Que sí, que está difícil, pero carajo, nada que verdaderamente importe es sencillo. ¿Le parece que suena feo o tiene dificultades para procesarlo? Se lo pongo entonces de otro modo: Los infieles son infieles en esencia a sí mismos, nunca estarán satisfechos, porque no tienen el valor de resolver quiénes son, mucho menos de vivir para cumplir consigo mismos. Por eso y no otra razón se conforman de continuo con obsequiarse cuanto capricho momentáneo les es posible.

Todavía más claro: El infiel lo es, porque prefiere solucionar con sexo lo que no consigue hablando. Al final de una calentura que se yergue por incapacidad de reconocer lo que realmente le pasa y pesa, el resultado lo termina escupiendo, cual si pretendiera exorcizar sus demonios expulsando fluidos, pero ni por eso queda en paz; igual que haría si lo hiciera hablando, donde terminaría más echando fuera saliva, que argumentos o razones para justificar frustraciones o deslealtades, y no para asumir el costo de su inconformidad personal y declararla. Como quiera que sea, la traición se reparte por partida doble, se falla a la pareja sí, pero se falla fundamentalmente así mismo, no por exigencias morales, sino por su incapacidad para reconocer lo que quiere y actuar en consecuencia.

Si toda realización en la vida –incluida y por encima de todo, la de amar–, fuera una extensión natural del compromiso y la seriedad con la que nos asumimos nosotros mismo, difícilmente veríamos lo que vemos de continuo. Una brecha insalvable entre lo que decimos que valoramos, y lo que en efecto hacemos. Si tratáramos el amor como la criatura viva que es, difícilmente esta se volvería la insalvable quimera que se vuelve cuando se le busca conservar ajeno a lo que diario sucede, cual si de una reliquia se tratara. Vivo, el único amor por el que merece la apostar, es el que permanece vivo, como una realización permanente: Aquí y ahora.

Aprende a no tener exs, a no retener pasados que te impidan vivir el presente, a no faltarte a ti mismo, a serte fiel como el que más, y a concentrarte en un permanente aquí y ahora. A quien no está ya en tu vida, no lo mantengas siquiera en el recuerdo. Los que se han ido, los que alguna vez fueron, son sólo eso, pasajeros momentáneos de un tramo de la vida. Lo han sido, del mismo modo que son hoy las personas que te acompañan, igual que lo has sido tú mismo en la vida de otros, porque ni nosotros mismos somos los que alguna vez fuimos. Hoy estamos, mañana quién sabe; suelta rápido y no acumules. No te apegues, mucho menos te aferres. Lo que se estanca se pudre, envenena y corroe.

¿Y si vale la pena? –me preguntó alguna vez otra amiga. ¿Mi respuesta? Algo que vale pena nunca tiene por costo la tranquilidad de tu propia persona. La dignidad personal no es negociable jamás. Si tú misma no vales la pena, no sé qué otra persona pueda valerlo todo para ti. Y me replicó, como queriendo defenderse: Bueno, pero tú sólo haces referencia a los ex mal plan y no todos son así. Entonces le dije: A los ex que no son mal plan, el mejor homenaje que les puedes rendir, no son los recuerdos, sino la plenitud de una felicidad presente, en donde ni la memoria del pasado puede eclipsar el goce actual. Quien bien te quiere, lo hará estés o no estés en su vida. Lo mismo ocurre con quienes se nos han ido o adelantado, a ninguno de tus seres queridos que ya no está les gustaría ver que su ausencia te sigue doliendo, o dejado una huella que te impide ser feliz; si fuera posible darse cuenta de ello, seguro muchos de ellos quedarían anclados entre nuestro plano de realidad y el que propiamente le corresponde a quienes ya no podemos ver.

Se fiel a ti mismo siempre, y elige todos los días con madurez y realismo. No existe felicidad posible ni duradera, ahí donde no se tiene el compromiso permanente de ser uno mismo y actuar en consecuencia.

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