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sábado, abril 20, 2024
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PANDEMIA. MANIPULACIÓN Y PSICOSIS COLECTIVA

Gente tan rara, les hablas de que el SRAS-CoV-2 causante del covid-19 pudo haber sido creado en laboratorio escapando por accidente, y te tildan de loco, poco juicioso o paranoico, hasta de querer desinformar. Pero cuando ven que incluso personas con credenciales tan serias y prestigiosas como Richard Dearlove, ex Jefe de Inteligencia del M16 británico; Luc Montagnier, Nobel de Medicina por codescubrir el VIH causante del SIDA; Jaime Metzl, experto en geopolítica designado al Comité Asesor de Expertos de la OMS en temas de edición del genoma humano; o Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, así como una veintena más de investigadores de instituciones tan reconocidas como la Oxford University o incluso la Johns Hopkins University –la misma cuyo sistema de monitoreo lleva el conteo oficial de la pandemia a nivel mundial– piensan parecido. Ahí si no dicen nada o te salen con que las páginas que los citan pudieran ser falsas, poco serias o haber sido hackeadas. Total que cuando la gente se empeña en querer vivir engañada, no habrá poder humano que los convenza de lo contrario.

La pandemia si es lo que pocos se atreve ya a decir, una conspiración. Sí, sí, se lo repito: es una vil y llana conspiración. Un experimento de manipulación masiva. Y no me voy a cansar de decirlo, porque es eso: una tomadura de pelo monumental. Pero ojo, el timo no está en que sea inexistente el virus, o en si es o no tan mortal y contagioso como se dice –vaya súper virus que todo lo supera, ¿qué cosas no?, un virus que todo lo puede, con chorrocientas vacunas que salen todas supuestamente en tiempo record y con el mínimo de pruebas que garanticen su seguridad–, ni siquiera en que este pudiera haber sido un bicho que escapó por error o negligencia –acaso de manera deliberada– de un laboratorio en China. Como es que ya algunas fuentes bastante serias han estado indicando desde que todo comenzó.

No, la real conspiración y la gran ganancia, sin desconocer que la propia venta de vacunas y demás farmacología por la psicosis de miedo que todo el cuento ha desencadenado, ha resultado muy rentable, es el ver cómo reacciona una sociedad cuando sus libertades individuales son severamente recortadas, además de probar cuán mortal puede o no resultar el miedo, el estrés y el propio confinamiento domiciliar, cuando a todo lo ya visto, se le suma cualquier cuadro que desmejore la salud. Además de claro, no dejar de propiciar lo de siempre, sólo para darle más sabor al asunto: la aplicación diferenciada de la ley. Esto que hemos estado viviendo en los casi dos años que lleva el relato oficial de la pandemia, no es más que el preludio de lo que se nos viene muy pronto.

El llamado Nuevo Orden Mundial, para quienes no se enteran todavía de qué va la cosa, así de sencillo: la llana limitación de las libertades individuales por razones de causa mayor, todo alimentado por una malsana psicosis colectiva por el temor de una mayoría temerosa de lo que ocurre pero poca dispuesta a informarse con seriedad. Lo peor: no hay de hecho, modo de detenerlo; no mientras prevalezcan los apóstoles voluntarios del catastrofismo que a cambio ya ni de monedas, con sólo la atención de otros incautos igual que ellos, se volverán los más firmes emisarios de la pandemia, capaz de discutirle al tú por tú incluso a los expertos en el tema, sobre la base de estar firmemente convencidos de lo que creen, sólo porque lo escucharon en las noticias, o porque se lo oyeron al amigo de un vecino que les contó de un caso con el pariente de un amigo de una persona que vive en el otro lado del mundo.  

Para decirlo claramente, aún si damos por cierta la presunción de que el tema es tan singular y/o severo como la corriente dominante de pensamiento ha insistido, la adopción del enfoque farmacéutico para atender la pandemia resulta cuando menos sospechosa, tanto por la premura y/o poca experimentación que precede a la totalidad de las vacunas disponibles, como por lo poco eficiente que la propia vacunación ha resultado; para decirlo claramente: incluso el oficialismo reconoce que ni completar todos los esquemas de vacunación posibles evitará que más tarde que temprano, absolutamente todos en el mundo se contagien.

No es fácil responder a quién se supone que beneficia o no en última instancia que las cosas sigan el curso que hasta ahora han seguido, porque hay de hecho muchos niveles de responsabilidad y/o complicidad por lo que está ocurriendo, pero algo sí es seguro: difícilmente se nos está diciendo todo realmente como es; y no se lo hace, porque hacerlo implicaría necesariamente terminar reconociendo públicamente que ni los propios gobiernos tienen el control de la situación. De otro modo difícilmente se vería que las cosas se hicieran con la premura y/o poca eficiencia que hasta ahora se han hecho.

Agregaría además que al grueso de la población no le interesa el tema, no al menos más allá del chismorreo anecdótico y/o de cotilleo, que no sirve para otra cosa que alimentar el morbo colectivo y la desinformación –además del miedo que  tan conveniente resulta para quienes verdaderamente controlan los hilos del poder mundial–, porque ocuparse del mismo exige necesariamente salir del ostracismo y la pereza para investigar con datos duros lo que ha sucedido.

Pero justo ahí comienzan los problemas, porque la propia generación de datos se encuentra atravesada por escollos relativos al cómo se suministra la información que los alimenta, –la más de las veces sin constatación fidedigna de lo que se registra–, lo que vuelve común la alteración y/o el subregistro de los mismos. Una constante cuyo impacto se deja sentir con mayor profundidad en las zonas más pobres del mundo, donde muchas cosas se hacen al tanteo o según estimaciones, porque no hay sencillamente los recursos, –y no en pocas veces–, ni la voluntad para investigar los problemas públicos como verdaderamente correspondería, sobre todo  si son todo lo severos que se dice que son.

Si esto es capaz de ocurrir con la que se dice que es la crisis sanitaria más importante de nuestras historia en los últimos cien años, tanto por la magnitud de su extensión como el amplio espacio de tiempo que nos ha mantenido en vilo –ya casi dos años–, no quiero ni pensar lo que habrá pasado en problemas del estilo pero de mayor envergadura. Para decirlo claramente sean o no las cosas como presuponen las partes oficialistas de la cuestión afirman, o como muchos más pensamos, que no se no está diciendo toda la verdad o que se nos están contado las cosas a cuentagotas, es claro que por el modo tan poco medido y/o cuidado que atendemos los problemas más serios a los que hacemos frente, no se hace falta de una gran conspiración para poner nuestra propia viabilidad social en peligro.

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