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sábado, septiembre 14, 2024
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MERCADO Y DEMOCRACIA

Mercado y democracia. Un comentario personal en torno al estado que guarda la discusión sobre la calidad de nuestra vida pública en México.

Si algo ponen en perspectiva las recientes marchas y/o expresiones de inconformidad de la oposición para con el gobierno federal actual, y la consiguiente incomprensión, o la virulencia con la que el oficialismo ha pretendido contrarrestar la importancia de aquellos que se atreven a expresar públicamente su preocupación o inconformidad con el proceder del gobierno a lo largo del presente sexenio, sin que haya habido un verdadero cambio sustancial en todo lo que alguna vez se prometió que se haría, es que no existe ninguna utilidad práctica en discutir con militantes, sean estos de la corriente que sea.

De cualquier manera, se esté con un bando o con el otro, una cosa es segura: La realidad se ha de encargar de poner tarde que temprano, a todos en su lugar. Y lo hará de forma tan contundente, que no quedará otro posible que buscar nuevas coordenadas y/o referentes. Para decirlo en claro: No hay como comparar el peso de lo tangible a primera mano, con lo que se vive día a día. Ahí si no hay discursos o convencimientos pagados con dadivas electorales que valgan, ni análisis de dudosa imparcialidad auspiciados lo mismo por patrocinadores públicos o privados –incluidos de los de dudosa legalidad, tal es el caso de los grupos del crimen organizado–, que lo mismo financian a unos, que a otros.

Para el caso, no existe diálogo posible, ahí donde no se tiene la voluntad de comprender al otro, o cuando menos de escucharlo respetuosamente; discutir no es sólo poder decir con claridad qué es lo que pensamos y/o contraponer ideas para ver quién se impone a quién. Ahí es justo donde solemos fallar como sociedad. La cosa es que mientras no se abandone la lógica de competir en la discusión de los problemas sociales, seguro se podrá ventilar un tema de interés público todo lo que se quiera, pero es un hecho que mientras no se tenga la voluntad de entender lo que el otro desea comunicar y el porqué de su propia lógica, difícilmente haremos diferencia se piense lo que se piense.

Cuando lo que domina es el gobierno de la eficiencia tecnocrática, lo mismo que el frenesí por un impulso redistributivo, sin la necesaria responsabilidad de no terminar gastando más de lo que verdaderamente se tiene, lo único seguro será el desequilibrio de una razón enamorada de sí misma. En tales condiciones, el conocimiento deja de ser medio para salir de la ignorancia y/o vivir en libertad, y se vuelve, lo queramos ver o no, un grillete en la conciencia humana capaz de dar más problemas que beneficios. Más claro: Mercado y democracia funcionan muy mal como binomio del progreso humano, porque mientras el primero se centra en una razón instrumental regida por la objetivación fetiche de todo cuanto hay; la vida misma y sus experiencias, vueltas al estatus de mercancías; la segunda se hace a sí misma como razón deliberativa, por el diálogo y el acuerdo de lo subjetivo.

Que si, que en este mundo de la inmediatez y lo superfluo, lo subjetivo termina por subsumirse con más frecuencia de lo deseable a la lógica del mercado, ni hablar. Y lo hace de tal manera, que llega a vaciar todo su significado al punto de confundir el ser con tener o poseer. No deberíamos estar eligiendo candidatos en una elección si son todos iguales de mediocres. ¿Que en qué podemos medir su pobre calidad si no fuera en el trabajo hecho y no hecho? En que independientemente de lo que piensan y/o prometen, o de los colores que formalmente los cobijan, raros son los que además de decir lo que pretenden, explican cómo es que se lo puede materializar.

Antes por el contrario su proselitismo está lleno de lugares comunes donde lo fundamental no es resolver problemas públicos, sino remover emocionalidades y/o pasiones o enconos viscerales, ya lo mismo para exaltar fervores o devociones, que para capitalizar enconos, agravios o desavenencias pasadas o presentes. Y es lo mismo de un lado del espectro político, como del otro. Porque en esto de simular principios y/u orientaciones políticas de cualquier signo, no hay uno solo que se salve. Pero ni por ello somos capaces de quitarnos la venda de los ojos. Llevamos tanto tiempo padeciendo que nos hemos vuelto formidablemente resistentes a la idea de dejar de hacerlo, y con gusto nos matamos unos a los otros en el nombre de principios que poco significan para quienes de ellos viven.

Ya llegan unos, que continúan los de siempre y mañana se vuelven a dividir y entre todos a juntar, pero siempre juegan los mismos y de modos tan similares que es difícil no verse pensar que somos todos manipulados y timados, porque existe modo y se puede, porque no importa que se diga que nos molesta, la gran realidad es que a nadie molesta que le mientan si la mentira que le cuentan le da la sensación de tranquilizar su conciencia. Así es como funcionan en realidad las cosas, así es como lo hicieron antes de nosotros y así es como lo harán cuando los que estamos hoy nos hayamos ido. Mentira el amor y el mediocre sexo que en su nombre nos damos, mentira la importancia y también la indiferencia, mentira la mentira misma y la muerte a la que decimos temer, mentira tras mentira. Somos acólitos de lo aparente, apóstoles del envasado que derrama sus contenidos.

En México nuestro infantilismo político es de tal magnitud, que debería darnos vergüenza y/o hacernos reaccionar asqueados por nuestra persistente búsqueda de excusas o razones para explicar nuestra miseria, en vez de soluciones para trascenderla, pero no lo hacemos. Es tal el frenesí y las ganas de tener algo en lo que creer, o por lo que luchar, aún si para ello es preciso ultrajar, degradar y/o corromper y corrompernos, que somos perfectamente capaces de justificarnos los unos a los otros. Con qué cara podremos mirar mañana a los hijos de nuestros hijos para decirles que no pudimos hacer algo mejor que seguir inercias.

No, no merecemos futuro posible, siquiera penitencia o cualquier otro modo de expiación, siquiera de culpa que sentir, porque no tenemos nada guardado bajo la chistera para curarnos el estupor de no ser por tener, vamos exultantes radiantes de gozo al desfiladero. No, en el mundo de compro, luego existo, no hay espacio para los sueños o un mañana, todo está a la venta y todo se compra. Porque a este mundo se viene a morir consumiendo. Lo mismo objetos en el mercado económico, que candidatos en el mercado electoral. Por eso y no otra cosa, es que es tan importante sostener la ilusión de que somos libres por poder elegir entre matarnos de una cosa o la otra.

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