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viernes, julio 26, 2024
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LAS DÉCADAS PERDIDAS

Imagina que hace 20 años podías expresar con toda satisfacción que reconocías a este país como un país de leyes, redactadas para controlar y sancionar la conducta de las personas, y hoy en día, la ley es tan solo un instrumento de ornato en la vida social, pues lo que prevalece de facto es una sola voluntad, que dicta el orden jurídico a conveniencia y contentillo, que modifica y reforma de acuerdo a su estado de ánimo, y que se impone abrumadoramente y a como dé lugar, sobre cualquier posicionamiento en contrario.

Imagina que hace 20 años podías expresar con todo gusto que reconocías a este país como un país de autoridades (en plural, en tres niveles, en tres esferas perfectamente definidas y autónomas) designadas para vigilar el funcionamiento de las instituciones y el cumplimiento de las leyes, y hoy en día, las autoridades son tan solo un costoso adorno en la estructura gubernamental, pues el concepto de autoridad pierde gradual y aceleradamente la legitimidad otrora incuestionable, y las decisiones de las diversas autoridades son desdeñadas, son ignoradas, y son combatidas por cualquier medio alejado de las disposiciones legales o reglamentarias, incluso por la fuerza.

Imagina que hace 20 años podías expresar con todo entusiasmo que reconocías a este país como un país donde se buscaba superar la lucha encarnizada de clases y se rebasaba la idea de la dictadura del proletariado, un país donde la economía sólo estaba obligada a suplir la indigencia social de quienes verdaderamente lo necesitaban, y hoy en día, te rebota en la cara una economía sin rumbo, sin brújula, sin sentido, y el presupuesto público es ejercido sin procesos de licitación, sin reglas de operación, sin evaluación de resultados, y con una sociedad confrontada abiertamente por conceptos de clase social, por ideología política, y por legítimas posturas personales ante los temas de interés público, en los que se tiene el derecho a participar, a disentir, a debatir, a impugnar mediante los recursos establecidos previamente.

Imagina que hace 20 años podías expresar con preocupación, pero con optimismo, que existían graves problemas repercutiendo en el orden social, tales como el empleo, la salud, la educación, la seguridad pública, los servicios básicos indispensables para cada familia, pero que para enfrentarlos y atenderlos con eficacia, primero debíamos asumir la responsabilidad que a cada quien nos correspondiera, y hoy en día, tristemente compramos la idea de responsabilizar por completo a los principales actores del ayer, como si en el discurso mediático incendiario, como si en el odio generalizado, como si en el repudio eterno de los partidos políticos, encontraremos una política pública que nos permita obtener una mejor calidad de vida.Imagina que hace 20 años podías expresar con emoción que disfrutábamos un país donde se invertía capital privado con proyección a futuro y sin desproteger a las clases marginadas, y al mismo tiempo, un país con un gobierno que controlaba áreas económicas prioritarias, pero ya no quería ser empresario, y hoy en día te sorprende un gobierno que a toda costa quiere adjudicarse todas las actividades productivas, que reclama injerencia en cada tema público o privado, un gobierno que pretende hacerlo todo, regateando a la iniciativa privada y a la asociación civil con actividad social hasta el menor de los espacios, un gobierno que desprestigia a cualquier profesión y le niega valor pecuniario a su trabajo.

Hoy en día somos una sociedad con grandes progresos en el uso y aprovechamiento de tecnología doméstica si nos comparamos con la sociedad que fuimos hace 20 años, y pensamos que las redes sociales y las apps nos ponen a la vanguardia, y reducimos nuestro proyecto de vida a un móvil inteligente, sin embargo, en la agenda pública, en el debate nacional, en la vida social, perdimos mucho de lo que se había logrado, mucho de lo que se había avanzado. La realidad es que el actual contexto social nos ha regresado muchos años a un áspero y agrio pasado, vivimos una espiral de retroceso, pero por alguna inexplicable razón, no queremos reconocer que en nuestra sed de castigo a los excesos, pagamos con décadas perdidas

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