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viernes, julio 26, 2024
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EL PROGRESO DEBERÍA SER PARA TODOS. Un comentario personal en torno al progreso humano y las vicisitudes del desarrollo científico y tecnológico.

Los progresos del hombre no deberían ser tomados como tal, en el momento que se vuelven posibles, sino en el instante que su acceso se hace universalmente efectivo. Bajo tal premisa, pese a los innumerables adelantos tecnológicos de los que como especie presumimos, la situación se revelaría en toda su crudeza. No estamos ni de lejos en una era de adelantos tecnológicos sin igual, antes bien, es conveniente decir que, permanecemos en una época de oscurantismo, con el egoísmo y la desconfianza como fundamentos.

¿Que por qué lo digo? Vivimos un mundo terrible con la inmediatez como axioma y el hartazgo e indiferencia como corolario, donde por regla general, la importancia del ser humano, decrece en la misma medida que se incrementa el valor de las cosas. La facilidad en el acceso a un sin fin de opciones electivas en los más diversos escenarios –entretenimiento, cultura, tecnología, comunicación o consumo–, nos sitúa actualmente en un mundo, donde se ha perdido la noción de la originalidad y el esfuerzo, privilegiando a su vez el cortoplacismo, el egoísmo, el ostracismo, la soberbia y la arrogancia.

Pese a todas las comodidades que gozamos, nunca en nuestra historia como civilización hemos sido tan frágiles como en este momento, ya que si bien muchos son los que utilizan de forma regular todo tipo de recursos tecnológicos creados, muy pocos de los mismos, conocen a detalle los fundamentos sobre los que descansan tales logros. ¿De qué sirve mucha tecnología con tan poco conocimiento de la misma? ¿Para qué tanta información con tan escaso pensamiento crítico? ¿Con qué objeto disponer de una abultada capacidad productiva sin la voluntad para distribuir sus excedentes de forma más equilibrada?

No cabe duda que cuanto más crecemos en posibilidades materiales, más corta se vuelve nuestra visión de lo que con ello se puede hacer, y se vuelve cada vez más cómoda, perezosa y/o sofisticada la autocomplacencia con la que cobijamos nuestros despropósitos sociales más recurrentes. Si cada uno es en potencia una oportunidad de cambiar el mundo, no veo entonces porque seguir acríticamente modos ajenos de vivir nuestra propia existencia, detrás de objetivos con los que muy pocos se sienten identificados.

Ejemplo, eso de ir al otro lado del mundo en nombre de la seguridad nacional de cualquier país, para volverle la vida un infierno a alguien como uno, bajo el alegato de que tal persona pueda ser en potencia un factor de riesgo que ponga en peligro nuestra integridad, es algo por demás retorcido. Cosas así suceden siempre y en cualquier lugar –escucho decir con una frecuencia, que a decir verdad, exaspera por la indiferencia con que se expresa.

Empero, el problema no es que cosas del estilo ocurran, sino la facilidad con la que olvidamos, que en cualquier escenario, la búsqueda de soluciones individuales y provisionales de corto alcance, genera costos colectivos de largo plazo, cuyos efectos son por la profundidad de sus alcances generalmente desestimados pero también muy corrosivos porque pesan sobre todos.

Considerando tal eventualidad, no veo, de qué modo podremos aspirar a un mundo con mayores opciones para el mejoramiento de las condiciones de vida de muchos, ahí donde por principio de cuentas no sabemos dar cabida a la pluralidad de visiones, reconociendo la importancia del respeto. Todavía más claro: que cada uno represente un modo distinto de intervenir el destino del mundo, no significa que debamos ir atomizados y separados, cada cual por su lado, sino por el contrario, conlleva la responsabilidad simultáneamente personal y colectiva, de contribuir desde lo propio, a ofrecer respuestas de provecho común.

Que no se le saque al desarrollo científico y/o tecnológico todo el potencial plausible no es desde luego algo que deba sorprendernos. Ha pasado antes en distintos momentos de nuestra historia, y seguramente habrá de seguir ocurriendo en el futuro. Ahora que bien, por mucho que no sea políticamente correcto decirlo de este modo, es necesario decir que detrás de todo avance científico subyace –se lo diga o no–, una geopolítica del conocimiento que se encuentra claramente supeditada a cuestiones que poco o nada tienen que ver lo estrictamente relativo al conocimiento mismo y las aplicaciones prácticas susceptibles de ser desarrolladas para mejorar las vidas de todos los integrantes del género humano.

De hecho, si se trata de decir las cosas como en realidad son, toda la historia de los tiempos recientes con la ciencia y la tecnología como entidades instrumentales carentes de sentido moral, [razón por la cual se les califica con frecuencia como racionalistas e inherentemente objetivas], resulta una argumentación explicativa falaz y simplista, que intenta hacernos pasar por alto, que la mayor parte de los llamados ‘progresos del conocimiento científico’ vienen en buena medida, alimentados por la lógica cortoplacista y especulativa del mercado, así como por los intereses estratégicos belicistas del imperialismo, que para decirlo claramente, no tienen nada que ver con la pretendida neutralidad e inocuidad con la que se suele asociar al conocimiento científico.

Mientas no se haga el sincero esfuerzo por preguntarnos, por qué es que hacemos lo que hacemos, y por sobre todo, si en realidad hemos como especie agotado del todo las potencialidades que nuestra propia inventiva nos ofrece. Difícilmente conseguiremos mucho más de lo que hasta este punto hemos conseguido. Y es que aunque parezca un detalle menor preguntarnos respecto a estos y otros temas parecidos, considerando la centralidad que la tecnología y/o los propios avances científicos en el terreno de la computación han tomado en los últimos años; es preciso reconocer que a veces se tiende a infravalorar que la disponibilidad de todo lo que hasta ahora se ha conseguido, sigue en buena medida supeditada a criterios comerciales, que poco o nada tienen que ver con el genuino interés de difusión del progreso que la propia ciencia como ideal promete.

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