Ser vagabundo parece una buena idea cuando quieres recorrer el mundo, salir de tu hogar de la infancia, tomar el primer camino a tu alcance, llevar tus pasos sin un rumbo definido, avanzar al ritmo que tú mismo te impones, dejar todo el pasado a tu espalda, y fijarte en el horizonte sin mirar hacia atrás.
Ser vagabundo parece una buena idea cuando quieres encontrar en tu destino lugares inimaginables, algún pueblo mágico inundado de anécdotas misteriosas, con gastronomía típica de la región, con parajes agraciados por la naturaleza.
O alguna ciudad floreciente de industria y comercio, a la vanguardia en la moda y la tecnología, con enormes avenidas, vehículos, luminarias, e imponentes edificios.
Ser vagabundo parece una buena idea cuando quieres conocer personas interesantes, de diálogos diversos y profundos, de conductas multifacéticas, de ideas sorprendentes y enigmáticas, de convicciones sólidas y carácter firme. Cuando quieres conocer personas que responden de forma distinta a lo que estas acostumbrado, que rompen el estereotipo de lo habitual, que dan un giro imprevisto al resultado esperado.
Ser vagabundo parece una buena idea cuando quieres descubrir aventuras emocionantes, cambiar por completo la línea de tu vida, colocar una premisa distinta en tu agenda. Cuando quieres despreocuparte de la rutina y encarrilarte en la informalidad absoluta. Cuando quieres atreverte a incurrir en la conducta irreverente y desarrollar tus habilidades de convivencia hasta donde la sociedad te lo permita.
¿Por qué entonces tiene que relacionarse la indigencia, el hambre, la ignorancia, la enfermedad, con aquel vagabundo que libre y conscientemente tomó la decisión de aprovechar el tiempo y ser feliz en la vida?
A mediados del siglo XX, la comedia de enredos “Escuela de Vagabundos”, película en blanco y negro estelarizada por Pedro Infante (Alberto Medina) y Miroslava (Susy Valverde), plantea una historia que gira alrededor de una divertida familia de clase alta, integrada por personajes bastante superfluos que viven encerrados en un su mundo individual, sin mayores inquietudes y sin mayores objetivos que las nimiedades propias de su edad y su lugar en la familia.
Escuela de Vagabundos es una película que, recurre precisamente al tema de los vagabundos como hilo conductor de una historia que, más allá de cuestionar los prejuicios sociales, lanza un abierto reto a la inteligencia de los personajes que cultivan esos prejuicios, y, por ende, a la capacidad deductiva del espectador.
Un momento que me parece revelador es en el que Alberto Medina revela su auténtica personalidad, y no es cuando cambia de vestuario, tampoco cuando interpreta canciones, ni siquiera cuando habla en confianza con hombres de negocios, sino cuando explica detalladamente qué concepto tiene de la inspiración.
Es que no puede pasar desapercibido para nadie la verdadera personalidad de Alberto Medina cuando dice a Susy Valverde: “…Un beso a la fuerza no es beso. El beso tiene que ser espontáneo, natural, tiene que venir por sí solo, por pasos con-ta-di-tos, sin pedirse…No, no es experiencia es inspiración…se necesita ser muy prosaico para no sentir inspiración en una noche como ésta, con un jardín lleno de flores, una luna llena y una muchacha como Usted al lado…”Es aquí cuando se conjugan los diferentes impulsos reunidos en la personalidad de un espíritu vagabundo.
Ahora bien, el problema es que los prejuicios sociales muchas veces impiden escuchar a las personas y entenderlas. Por estar ensimismados, nos cuesta trabajo analizar más allá de lo inmediato, y nos limitamos al razonamiento superficial.
Punto y aparte, vale la pena reflexionar la reacción final del mayordomo Audifaz, quien valorando el éxito logrado por los vagabundos que desfilan frente a él, concluye que ha errado su vocación, como muchos en la vida real, que, en algún momento difícil de la vida, podemos sentir exactamente lo mismo, pero no nos atrevemos a tener una reacción similar a la de Audifaz el vagabundo.
