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domingo, octubre 27, 2024

AQUÍ NO HAY QUIEN PUEDA VIVIR

Trabajas una década como negro con la esperanza de ahorrar y tener para comprarte un auto, que para el caso, con los sueldos de miseria que en México se pagan, termina con toda seguridad siendo usado, que de un cero kilómetros ni hablamos, si hasta el auto más austero cuesta una fortuna. Por lo que el común de la gente, los compra con autofinanciamientos a sobreprecios abusivos.

Ya de últimas, si lo del auto queda muy lejos de toda posibilidad, –así se trate de uno usado–, te terminas endrogando por una moto china, en una tienda, de esas que te cobran en abonos chiquitos, –para no terminar de pagar jamás–, y desde luego, pagando por el cacharro, tres o cuatro veces lo que realmente costaría de contado. Para el caso, cuando terminas de pagar la consabida moto, ya no tienes nada. Y es otra vez la misma tiznadera de volver a empezar, ya sea lo mismo a ahorrar, que a sacarse una nueva deuda en abonos eternos.

Y no hablemos ya del sueño de tener tu propia casa, porque así se trate de un palomar mal edificado, de un tamaño inhabitable, –y para variar ubicado hasta el quinto infierno, lejos de todo atisbo de civilización, la más de las veces en terrenos donde el uso de suelo no está del todo claro–, cualquier propiedad cuesta una fortuna. Que cuando se puede, termina convertida en una deuda a treinta años. Deuda que se tolera, así se piense que es un timo, en el nombre de que se paga por algo que algún día ha de ser tuyo, así sea que se te termine yendo más de la mitad de sueldo en pagarla. Al final, igual que sucede con el sueño de un auto o una moto, terminas pagando con un sobreprecio exorbitante, por lo que una casita de 500 mil pesos, la terminas pagando –si bien te va–, arriba del millón.

Sales a la calle, y sin importar la hora que sea o donde es que vivas, no tienes la menor idea de si vas a volver o no. Porque cuando no te asaltan, te secuestran, o te matan, terminas desapareciendo, o ya de últimas –y esto si bien te va: apareces golpeado, extorsionado o drogado y con un órgano extraído. Y aun así, el que te mata, igual termina teniendo más derechos que cualquier otro ciudadano que no delinque. Porque cuando el que delinque llega a caer, ahí si se hacen presentes en primera fila los defensores de los derechos humanos, con la pedorra cantaleta de que no hay que revictimizar a quienes se equivocan, mientras al ciudadano que vive dentro de los márgenes de lo legal, no existe justicia que le valga, porque cualquier asaltante o asesino tiene más derechos que las víctimas.

Para el caso, cualquier vago sin oficio ni beneficio, tiene en este país más derechos y/o subsidios y planes de asistencia social y ayudas públicas, que el trabajador promedio. Al punto de que no pocas veces, se gana más por estar afiliado a algún programa de gobierno o partido político –y más si es el que está en ese momento en el poder, sea este del orden que sea–, que por salir a buscar oportunidades de estudio y/o trabajo. Al tiempo que a quienes trabajan, así sea que les paguen una miseria, se les exprime vía impuestos, hasta el último centavo, y encima no faltan quienes todavía los acusan de elitistas y/o aspiracionistas, por tener la legítima consigna de quererse superar en la vida. Cual si querer vivir mejor y salirse a buscar el sustento de forma ardua y honesta, fuera una falta más grave que la holgazanería de vivir al amparo de un partido político, que cada y tanto entrega a cambio del voto, ayudas y/o subsidios, cuyos recursos salen de lo que le quitan por impuestos a quienes se niegan a abandonarse a su suerte.

Sales a algún bar o antro con el afán de quitarte el mal sabor de boca y olvidarte un rato del infierno en el que vivimos. Pero llegas y encuentras el lugar atestado de grupos fantoches y/o agrandados, que se sienten hechos mano, porque en bola se pagaron un servicio, así sea que se trate de la botella más corriente, o ya de plano de alcohol adulterado. Y ni hablar de todo tipo de chicas, que sin ser nada fuera de lo ordinario, se sienten la última coca del desierto, cual si nadie las mereciera; peor termina siendo, si por ahí te topas con alguna de las llamadas “tuneadas”, que se siente una diosa, sólo por tener el cuerpo lleno de plástico; por no hablar de las insufribles pelos verdes, que con el discurso del empoderamiento, son capaces de sacarte toda una letanía de frustraciones, sólo por tener la amabilidad de invitarles un trago o iniciar una charla; el caso es que todos se lo pasan de lo lindo vendiéndose simulacros, sólo para terminar descubriendo, si llega a haber consecuencias, que nada era lo que parecía.

Vaya país doble moralino. Todo el mundo dice de dientes para afuera una cosa, pero termina haciendo lo contrario. Ni que decir por ejemplo de nuestros gobernantes, que con todo y que hablan de las bondades de nuestro sistema de salud pública, si llegan a tener una emergencia de salud, ni por equivocación son para atenderse en los mismos hospitales públicos de los que tan orgullosos se sienten. Por no hablar de aquellos que incluso son capaces de terminar yéndose al extranjero, o llevándose a sus familiares a atenderse fuera del país y/o con médicos de talla mundial. Porque claro, el sistema de salud nacional es toda una maravilla para todos, menos para los mismos que tanto pregonan sus bondades.

Con tales perspectivas, no me sorprende en lo absoluto que cada vez más personas terminen yéndose a probar suerte a los Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o cualquier otro lugar. Porque está claro que con todo y que no resulta nada sencillo abrirse paso en otro país, –mucho menos si se trata de una nación con una cultura sumamente divergente a la de uno–, en cualquier otro sitio se termina saliendo más rápido adelante, que en el propio país. Para el caso, en la mayoría de las ocasiones, por inverosímil que parezca, se consigue mucho más en 5 o 10 años fuera del país, que en toda una vida en el propio país.

Ah pero eso sí, el gobierno sigue diciendo que todo está a pedir de boca, y que todos los vicios institucionales habidos y por haber, que han hecho posible que aquí nadie tenga como vivir, son en su totalidad asunto del pasado; ni que decir de lo orgulloso que se siente el actual mandatario federal del peso que las remesas tienen en el desarrollo nacional, cual si terminar expulsando a millones de ciudadanos del país por falta de perspectivas de vida, fuera algo de lo que enorgullecerse. Y aunque el sentido común dicte que semejante idea está contra toda lógica, lo cierto es que si se dice todo esto y más en voz alta, o por escrito, –como es que el autor de esta columna hace rutinariamente–, no faltan nunca la horda de acríticos y/o clientes electorales, que con la esperanza de recibir un plan de asistencia gubernamental, son capaces de negar que todo esto y más, es cierto. Llegando incluso a insinuar o sugerir, que todo esto se lo dice, o por mala leche, o por estar de acuerdo con gobiernos del pasado. Pero le pese a quien le pese, la gran realidad es que aquí no hay quien pueda vivir.

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