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SALUD EMOCIONAL Y SOCIEDAD, UN DEBATE NECESARIO Y PENDIENTE

El 24 de mayo de 2022, Salvador Rolando Ramos, de 18 años, mató con un rifle de asalto AR-15 –que huelga decir, es uno de los más vendidos en EUA–, a diecinueve estudiantes y dos maestros, e hirió a otras diecisiete personas en la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas. Un hecho que además de terminar dándole la vuelta al mundo, por la severidad de sus implicaciones en términos de seguridad, se trató de un incidente que no hizo sino confirmar la seguidilla de episodios violentos que han sacudido con cierta regularidad al vecino país del norte en los últimos 20 años, haciéndose cada vez más frecuente que comunidades escolares se vean envueltas en asaltos parecidos al recientemente ocurrido.

Lo cual por incómodo que suene decirlo, no resulta para nada extraño en país caracterizado por una cultura donde la tenencia de armas, ha sido parte medular de su idiosincrasia, pero también razón de numerosas críticas a nivel mundial, por la frecuencia con episodios similares han terminado volviéndose moneda común. En una sociedad no sólo acostumbrada a la facilidad para adquirir armas, sino al culto que se rinde a la violencia misma. Lo cual termina resultando un problema por demás significativo si ello viene aparejado de una cultura con una alta incidencia de problemas emocionales producto de las presiones de un mundo altamente demandante y/o competitivo, con amplias consecuencias sociales y/o familiares, entre excesos laborales, abandono, adicciones y/o distanciamiento emocional.

En ese sentido, habría que reconocer que el hecho de que la mayor parte de quienes viven una infancia llena de violencia física y/o emocional, consigan llegar a una vida adulta medianamente funcional, pese a haber sido objeto de abandono o maltrato físico, económico y psicológico de sus entornos familiares, no significa que crecer en medio de episodios persistentes de violencia no tenga necesariamente un costo humano muy severo, lo mismo personal que social. Es cierto, la mayoría de quienes así lo viven, rara vez terminan tomando decisiones tan drásticas como salir a la calle con un arma en mano, a matar al primero que se le cruce en el camino; primero, porque no en todos lados hay las condiciones para adquirir armas con facilidad, como ocurre en EUA; y segundo, porque todos asimilan las vivencias del mismo modo, de ahí que ni hermanos criados en entornos parecidos terminen por reaccionar de modos similares, a veces es incluso todo lo contrario.

Lo que es más, si se trata de hablar el tema con brutal honestidad, no pocas de las historias de éxito personal más admiradas y/o recordadas y celebradas públicamente como referentes que legitiman nuestro modo de vida híper materialista y/o poco o nada consecuente con el bienestar integral de la dignidad humana, se relacionan precisamente con casos de personas que pese a vivir en circunstancias de suma adversidad, han conseguido sobreponerse contra todo pronóstico a vidas por demás complicadas, hasta conseguir el éxito.

Pero no es menos cierto que por cada historia de éxito y/o superación personal, existen cientos de casos de personas que no consiguen sobreponerse a la severidad de una infancia atravesada por todo tipo de violencia física y emocional. Y no se me malentienda, no estoy diciendo que justifico y/o convalido los abruptos desenlaces de aquellos casos que no consiguen sobreponerse a la adversidad y que en cambio deciden descargarlo todo de la peor manera, llevándose en el acto las vidas y/o la tranquilidad de sus respectivas sociedades, pero desconocer o minimizar el daño que puede dejar tras de sí la vivencia de una infancia signada por la violencia y/o abandono, no sólo contribuye a romantizar la violencia y/o a legitimar que las cosas sigan siendo como hasta ahora han sido.

En cualquier caso, el punto al que quiero llegar por encima de cualquier otro, es que no se tendría porque normalizar o infravalorar la violencia que se vive durante la infancia y los efectos que dicha violencia tienen en etapas posteriores de la vida; parece mentira que temas del estilo sólo tomen notoriedad de cada y tanto que el desenlace es tan severo como el que recién ocurrió en EUA, y aunque es un hecho que episodios del estilo prometen seguir ocurriendo en el vecino país del norte mientras no reglamenten de forma más severa la adquisición de armas, no es menos cierto que aún si se reglamentara la cuestión de forma por demás restrictiva, episodios del estilo permanecerán como potencialmente latentes mientras se siga haciendo muy poco por cuidar la salud mental y emocional de los más jóvenes cuando más importante es, es decir en sus primeros años de vida.

Es cierto, a lo mejor la gran mayoría de quienes viven violencia y/o abandono de niños en hogares resquebrajados o muy desestructurados, lo mismo por las carencias materiales, que por la violencia de sus entornos sociales, o los vicios y carencias personales de sus padres, no terminan de adultos matando porque sí, a quien se les cruza en el camino, pero si terminan las más de las veces incubando las condiciones para volver sus propias vidas un infierno, o para terminar reproduciendo sobre las vidas de aquellos con quienes se relacionan, problemas muy parecidos a los que ellos mismos padecieron. Si esa no es razón suficiente para poner mayor atención a la importancia de cuidar la salud emocional y/o mental y la atención que prodigamos a los más jóvenes mientras van creciendo, no veo entonces, qué tendrá que ser tan valioso para que le demos al tema de la salud psicoafectiva la centralidad que verdaderamente merece.

Desconocer el alto impacto que la salud emocional personal de los más jóvenes juega en la reproducción de los problemas más graves que como sociedad tenemos, sólo contribuye a que las dinámicas que más fuertemente comprometen nuestras perspectivas de desarrollo, se sigan reproduciendo. Causando a mediano y largo plazo, un impacto social exponencial, que deja en estado de extrema y persistente vulnerabilidad a quienes peor lo pasan; la pobreza material no es sólo un lastre material y social, es necesariamente un lastre cognitivo que compromete la totalidad de nuestras decisiones. Atender nuestras problemáticas sociales más apremiantes, dejando fuera la centralidad que la salud emocional y mental juega en ellas, implica nunca terminar de resolver la cuestión de fondo.

No es pues la primera vez que lo digo; si todos fuésemos capaces de ver la devastación emocional generada por nuestros sesgos cognitivos más severos, como el miedo, la tristeza o la ansiedad frente a la incertidumbre de no saber qué sigue mañana, del mismo modo que percibimos el deterioro de lo físico, así como sus consecuencias personales y colectivas, tomaríamos con mayor seriedad la centralidad de la salud psico afectiva, trabajando de continuo para promover el desarrollo de nuestras capacidades emocionales, del mismo modo que hacemos con la salud física. No habría entonces motivo para dejar librados a su suerte a quienes en la sucesión de la vida pierden el sentido de su existencia.

Así las cosas, mientras no tomemos al tema de la salud emocional la importancia que le otorgamos a otras áreas de la salud, por mucho se busque restringir severamente la disponibilidad de armas, difícilmente se conseguirán resultados significativos al respecto. Una consideración que debiera tenerse en cuenta no sólo para el caso del vecino país del norte, sino también para el nuestro, en donde por razones muy diferentes –la mayoría ligadas a la severidad con el crimen organizado ha calado en una sociedad sumamente empobrecida–, se ha visto en la última década una alta proliferación de la violencia, que no ha conseguido ser contrarrestada pese al sin fin de esfuerzos que se han emprendido. Lo que nos confronta a la necesidad de atender la cuestión de un modo mucho más creativo y humanamente integral que aquel que hasta este momento se ha ensayado.

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